Χάος.

Le dije que teníamos que hablar. Aún no eramos nada. Solo dos personas que se sientan en un banco una cálida noche de verano a mirarse a los ojos. Yo no solía mirar a nadie a la cara. Sentía que pocas personas merecían tal atención y andaba por la calle con la cabeza agachada contando las baldosas que me quedaban para llegar al destino. Pero ella era diferente, parecía que no pertenecía al mundo en el que vivía, aunque sé que solo era mi mente pidiéndome que la amara como si no lo fuera. Mi vida entonces era un cúmulo de noches vacías, borracho de ganas de ser amado y con un cuchillo afilado mirándome siempre desde el futuro más próximo. Había algo en aquella chica, en su voz, en la luz de sus ojos cuando me miraba de cerca. El mundo gris aumentaba siempre que desaparecía. Pero por algún motivo nunca lo hacía suficiente tiempo como para que me sumergiera completamente a las tinieblas. Supongo que pase lo que pase siempre debe haber lugar para la belleza. Aunque solo sea por pura avaricia, aunque sea por no tener que explicarles a nuestros hijos qué le hicimos al mundo.

Le dije que teníamos que hablar y el mundo comenzó a girar. Lo fuimos todo apenas a un latido. Fuimos el universo, justo antes del estallido, cuando el arte impregnaba la nada y el caos hacía sentirnos realmente vivos.

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