Surrealismo Erótico.

Me miraba con sus ojos brillantes. Tan de cerca que era incapaz de distinguir mis manos de las suyas. Mi pecho temblaba desconsolado y mis labios trataban de humedecerse. Su piel tenía un olor dulce a vainilla y sus labios rosados palpaban los míos con delicadeza. La suavidad de su piel parecía más propia del mundo onírico que de la realidad, era como acariciar el cielo y tenía la sensación, cada vez que me mareaba, de abandonar el mundo físico para formar parte de un cuadro surrealista en el que los protagonistas no llevaban ropa ni piel ni huesos, solo alma y deseo.

Ella era arte, no hay duda de eso. Era ese tipo de arte que todo el mundo quiere llegar a ver al menos una vez en la vida. Ese que te hace sentir cientos de emociones a la vez, incluso algunas que ni siquiera conocías. Poseía una belleza dolorosa entre sus rasgos y una mirada que atrapaba a quien se reflejaba en ella, y yo amé quedarme a vivir allí, entre sus lagos iridiscentes y sus salones elegantes.

Solía sonreír por encima de las nubes e iluminar mis tardes más grises con tan solo una caricia, un gesto, un pedacito de Edén entre sus dedos. La veía en el reflejo de la luna sobre el mar negro y escuchaba su voz en el baile de las estrellas. La primera vez que acarició mi cuello con sus labios sentí un escalofrío cálido. Morí un poco, por primera vez en mi vida. Sentí una extraña sensación, un dolor que oprimía mi pecho y me miré las manos para comprobar que seguía siendo dueño de mi cuerpo. No lo era, tan solo un inquilino afortunado en un mundo paralelo hecho de lienzos, temperas y fotografías diabólicamente preciosas.

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